martes, 21 de diciembre de 2010

Desnudez

Hoy me desperté pasadas las 2 pm, como en tiempos pasados, no antiguos, decirlo sería estar en una pretensión inimaginable, ya que lo antiguo es lo que dejó una huella imborrable, como el David de Miguel Ángel, o como a2+b2=c2 eso es una antigüedad prolifera, a la que uno se remonta a diario…. Pitágoras sí que marcó de muchas formas, a mi me llegó una mañana de 2000, en realidad fue mucho antes pero sólo hasta ese día pude ver de manera mas o menos clara de lo que hablaba el loco, luego con más contundencia, cuando los vitrales de las catedrales y los sonidos de las cuerdas de las guitarras dieran un campanazo de armonía universal y natural, y esa extraña música de las esferas que aun trato comprender. He sentido con gran asombro y un tanto de ingenuidad que esta sencilla ecuación lo contiene todo, el sonido del mar, las caricias en la espalda salpicada de arenas diminutas en conjunto, los besos, las risas, los centros de las flores, y las líneas que van de los bordes a los centros en los ojos claros.

Hoy me desperté pasadas las 2 pm, mi cuerpo desnudo entre las cobijas, afuera la ciudad, el murmullo, el maúllo de gatos de acero, los acentos múltiples y esquizoides, los taladros por las paredes y un cielo pausado de grises y gruesas nubes balanceados por el tiempo y por el viento. Luego vino a mí esta idea, no nueva, sino que venía pensando desde días, de escribir desnudo, no solo con mi cuerpo, sino descapotando los pensamientos de miedos, de mentiras, de escalones a la nada, al misterio interminable de los pensamientos, los míos y aun mas enroscados los tuyos, del lector, de la amiga, del que pasó de pronto sin detenerse, y del que se piensa en el pasado.

Las conclusiones son diferentes a las que en primer momento llegué a imaginar, más por ligereza que por convencimiento, si bien la desnudez del cuerpo en mi caso significa un evento complicado, una invasión del mundo a algo que uno tontamente cree íntimo,  y no ante uno mismo, sino ante los otros, en mi caso siempre escéptico y prevenido, creyendo que es más fácil cuando es de a dos que de uno sólo. Sabiendo esto dije, la desnudez del cuerpo es mas difícil que la desnudez del pensamiento,  con la idea de tener la suerte de la sensatez, que tonto he sido.

¿Qué puede pensar una chica que se dedica a bailar  y ha desnudarse en un bar?, la entiendo un poco, ¿Complicado? No lo dudo, pero ¿Qué pensará ella? ¿Quién podrá saber que es lo pasa como un fogonazo por su mente cuando esta plantada en medio de la cocina viendo por la ventana los edificio y los carros, mientras fuma un cigarro que lo inunda todo con ese olor repugnante y enviciador? Nadie, cualquiera puede ver su cuerpo, su culo, sus tetas, pero no lo que le duele, lo que le gusta, a lo que teme y qué decir de lo que ama.

He tenido la oportunidad de desnudarme de cuatro formas:

1-    Por un simple arranque de desenfreno sexual en una noche caliente, caliente los alientos, caliente la entrepierna, caliente la cabeza. 
2-    En momento de intimidad con alguien que se quiere, donde además de lo anterior se tiene caliente el corazón (corazón como la reiterada metáfora de… bueno si lo diré: amor)
3-    Por obligación, en el médico, ésta la menos importante de todas.
4-    Para un escrito en el que deseo desnudar algo mas que a mi yo exterior


Pensé escribir sobre lo que siento realmente en este momento, sin miedo a la lectura, pero ha sido bueno darme el golpe, entender cuanto me engaño a esperar encontrar la formula mágica de un pensamiento claro y libre, desparpajado, sin la duda, sin el miedo… Y todo se me da vuelco al ver que fácil ha sido desnudar mi cuerpo por encima del pensamiento.



Nota: Debo disculparme con el pobre Pitágoras y Miguel Ángel que resultaron metidos en este disperso escrito, como dicen por ahí, sin tener velas en este entierro.


viernes, 3 de diciembre de 2010

THE PILLOWMAN (cuento) Martin McDonagh

Mil gracias a Dianita Alba por compartirme este bello cuento transcrito...

 
Había una vez… un hombre, que no se parecía a los hombres normales.

Medía casi 2 mts. Y medio de alto y estaba totalmente hecho de almohadas esponjosas color rosa; sus brazos eran almohadas, sus piernas eran almohadas y su cuerpo era una almohada. Sus dedos eran pequeñas almohaditas y su cabeza era una gran almohada redonda. Sus ojos eran como dos botones y su boca era grande y sonriente. Hasta se le podían ver los dientes, que también eran pequeñas almohaditas blancas.

Bien, el hombre almohada tenía que verse suave y seguro porque su trabajo era muy triste y difícil…

En los momentos en los que alguna persona estaba muy triste porque había tenido una vida atroz y solo quería terminar con ella; sólo quería quitarse la vida para así deshacerse del dolor, con una hoja de afeitar, con una bala, inhalando gas, o saltando de algún lugar muy alto … Exactamente en ese momento, el hombre almohada lo encontraba, se sentaba a su lado, lo abrazaba suavemente, y le decía: -“Espera un momento”- y extrañamente el hombre almohada volvía el tiempo atrás, cuando esa persona era apenas un niño y la vida horrorosa que iba a tener aún no había empezado.

El trabajo del hombre almohada era hacer que ese niño o niña se suicidara, y así evitar los años de dolor que los llevaría, de todos modos, al mismo lugar: frente a un horno, frente a una pistola, frente a un lago.

-“¡Pero nunca escuché de un niño suicidándose!”- podrían decir. Bueno, el hombre almohada siempre sugería que lo hicieran de una manera que se viera como un trágico accidente: les mostraba el frasco de pastillas que se veían como caramelos, les mostraba el lugar del río donde el hielo era más frágil, les mostraba la bolsa de plástico que no tenía agujeros para respirar y exactamente como ajustarla…

Pero no todos los niños querían seguir al hombre almohada. Hubo una niña, muy alegre, quien realmente no creyó cuando éste le dijo que su vida podría ser horrible, que su vida sería así… Entonces lo echó y el hombre almohada se fue llorando a mares.

A la noche siguiente la niña escuchó un golpe en la puerta de su habitación y dijo –“¡Ándate hombre almohada, te he dicho que soy feliz, siempre he sido feliz y siempre seré feliz!”- Pero no era el hombre almohada. Era otro hombre y su mamá no estaba en casa. Y este hombre la visitaba cada vez que su mamá no estaba… Tiempo después ella se puso muy triste, y cuando tenía veintiún años y estaba sentada frente al horno a punto de suicidarse, le dijo al hombre almohada: - “¿Por qué no trataste de convencerme?”- Y él le respondió – “Traté de convencerte, pero eras demasiado feliz”- Y la niña, mientras encendió el gas, gritó lo más fuerte que pudo: -“¡Yo nunca he sido feliz!”-

Cuando el hombre almohada tenía éxito en su trabajo, un niño moría de forma horrible. Y cuando el hombre almohada no tenía éxito, un niño tendría una horrible vida, crecería, sería un adulto que tendría una vida horrible, y moriría de forma horrible. Por esta razón, el hombre almohada lloraba todo el día.

Fue así que decidió hacer su último trabajo: cargó una pequeña lata de nafta y fue hasta un hermoso arroyo que él recordaba de cuando era niño.

Cuando llegó, se sentó bajo un árbol y descubrió que a su alrededor había un montón de juguetes; un autito, un perrito de juguete y un kaleidoscopio. Cerca de allí había una casa rodante y el hombre almohada escuchó la voz de un niño que decía: -“Voy a salir a jugar, mamá”- y la mamá le dijo: -“No vuelvas tarde para tu merienda, hijo”- “No, mamá”-, respondió el niño. El hombre almohada escuchó pasitos que se acercaban… Pero no eran de un niño, eran de un pequeño niño almohada que dijo: -“Hola”- y el hombre almohada dijo: -“Hola”-. Los dos se sentaron bajo el árbol y jugaron un rato con los juguetes… El hombre almohada le contó sobre su trabajo triste y los niños muertos. El pequeño niño almohada entendió enseguida, porque él era un niño muy feliz, y sólo quería ayudar a la gente. Y sin decir una palabra más, el niño almohada se echó encima la lata de nafta y el hombre almohada dijo: -“Gracias”-, el niño almohada dijo: -“No hay problema. Le contas a mi mamá que no voy a volver a tomar el té”- y el hombre almohada dijo mintiendo: -“Sí, por supuesto”-. El niño almohada encendió un fósforo, y el hombre almohada se sentó allí viendo como el niño se quemaba. El hombre almohada, empezó a desvanecerse y lo último que vio fue la boca feliz y sonriente del niño almohada. Lo último que escuchó fue algo que ni siquiera había contemplado. Los gritos de cientos de miles de niños a quienes él había ayudado a suicidarse, volviendo a la vida y teniendo que seguir adelante con sus frías y desdichadas vidas porque él no había estado allí para prevenirlos. Hasta escuchó los gritos de sus muertes, tristemente autoinflingidos, que esta vez, claro, iban a tener que cometer completamente solos.