viernes, 22 de abril de 2011

Un olor a tierra negra...

Nota: Mi escrito no puede existir si la canción no existe... Que no he sido yo, sino una canción y un olor. Se puede leer y después escuchar la canción o las dos al tiempo. 



Las mañanas eran con un olor a tierra, esa tierra húmeda, con un rocio espectral en la madrugada hasta bien avanzada la mañana, cuando salía el sol, como viendo la tierra entrecejo y cejo. Siempre he querido poder escribir el olor, para que al pasar los ojos por las letras un frio recorra la nariz y la garganta.

Me levantaba y encontraba un prado verde, arboles que se iban cerrando ocultando un bosque tímido y vivo.  Un cielo azul, y un frio que iba mojando por entero mis piernas, mientras los dedos de los pies se llenaban de tierra negra y pequeños trozos de pasto seco. Mi destino un árbol chico, de grandes naranjas secas, verdes, amarillas, pero siempre paludas como sentenciaba mi mamá viendo desde lo alto, en una ventana con cortinas de lado y lado, de materas rojas (o algo así recuerdo): Pablo, esas naranjas están paludas. Yo agarraba una o dos, dependiendo de la altura y el color, y corría entre mis perros y los cachivaches descompuestos de mi papá, subía a toda por las escaleras hasta la cocina, donde mi mamá aun en pijama se desperezaba entre el café y su mirada perdida en los arboles… años tenían que pasar que entender al fin la complicidad entre sus ojos, las hojas y el silencio.

Mi mamá cortaba mis naranjas, y efectivamente estaban secas, las miraba y me decía, ¡Uich no! ¿Cómo te comes eso?. Yo las agarraba y me iba comiéndomelas al tiempo que me sentaba en las poltronas de la sala que eran (¿Son?) de una tela de hilos beige, café y negro.  Debajo de los cojines se metía el control de metal gris que yo mordí hasta borrar las letras y números, pero eso no importaba, porque me los sabía de memoria.  Y así, me iba comiendo mi naranja, hasta acabarla por completo,  porque a mi siempre me gustaron así secas. Con el tiempo he vuelto a eso, a que no importe que le guste a los demás, sino que me haga feliz a mí.

Al rato mi hermana y mi papá me llevaban de la mano por la calle hasta donde mi abuelo. Habían unas flores pequeñitas rosadas que colgaban de las cercas y que mi hermana a veces descolgaba, se ponían a  jugar a las reinas, y a mi me ponían de público a aplaudir a la que fuera más bonita. Siempre ganó mi hermana, lo que las amigas no supieron es que ganaba no por ser mi hermana, sino por ser ella, siempre fue la más bella. 

La casa de mi abuelo tiene un patio ancho, en esa época hacia un lado estaba un guayabo que lo cubría todo. Al llegar ya se respiraba la fruta madura y King, un mico que no sé porque vivía allí. El nos recibía siempre todo feliz, porque le traíamos colombinas o grillos. Los grillos yo no los agarraba, era mi papá el que los cogía y se los daba… Mi abuela siempre salía al paso de la cocina, su habitual  sonrisa. Me besaba las manos, la frente, las mejillas, me agarraba de la mano y tarde entendí que esa era la felicidad.

Desde lo alto, por una baranda que da al patio mi abuelo salía a paso lento y firme, con sus lentes grandes bifocales y un pelo plateado y liso, y aun desde arriba me gritaba, MUÑECO.  Empezaba la labor diaria de bajar por la escalera, con unos barandales que desde que tengo memoria se mecían de lado a lado; no sé si aun se mueven, no he querido volver; y al llegar abajo nosotros nos arrojábamos a sus brazos, mientras el buscaba su silla señorial, de un metal pesado y parco, con un color pelado de verde claro.  

Mi abuela ya tenia listo el tinto, que servía caliente  en unos pocillos con la figura de Juan Valdez y en letras del mismo tono “Café de Colombia”. Mi hermana se sentaba en un escalón que se formaba entre el patio y el pasadizo al baño y tomaba su café con limón. Yo no recuerdo donde me sentaba, a veces en el canto de mi abuelo, pero cuando no era recostado en él supongo que en cualquier silla o banco propios del campo.

Miércoles 20 de abril de 2011, me desperté de golpe a las 6:00 am de la mañana, un sueño estrepitoso, un frio paralizante, y aun entre sueños sentí ese olor a tierra húmeda, cuando se me despejó la vista, encontré para mi horror y mi desdicha que estaba en un apartamento en lo alto de un edificio en la ciudad Bogotá, muy lejos de todos,  con la cocina vacía, y que al salir no encontraría las cercas ni las flores rosas, y que mi abuelo Pablo y mi abuela Emilia nunca más podrán tocarme o besarme… Y el quedar huérfano para siempre de su voz gruesa diciéndome muñeco.


miércoles, 13 de abril de 2011

Llovió



Llueve lento sobre mi espalda…
Llueve sobre mi pelo pelón…
Llueve en Bogotá por un cielo sangriento…
Llueve en mi corazón acorazado…
Llueve en mi idea de escritor fracasado…
Llueve sobre tu cama de rojos claveles…
Llueve sobre los ojos…
Llueve unas letras salpicadas de recuerdo…

lunes, 11 de abril de 2011

Carta desde la ventana

Te escribo esta carta, viendo desde mi cama el cerro verde, todo tupido. En las madrugadas cuando me despierto y entre abro la cortina las luces de las lámparas de la Cr 4ª no me dejan ver las montañas, y es mayor mi desdicha de encontrarme despierto a esa hora sin poder verlas, porque eso es lo que me pone un poquito feliz y esperanzado.

Yo creo que me será muy difícil si tengo que mudarme a una casa donde no pueda ver montañas, porque son como mi escape en la ciudad… Se escucha como un ruido de sirena que se está abriendo paso por la Cr 7ª, ira de sur a norte porque está ya el contraflujo… Cuantas cartas se abran enviado hace muchos años y no llegaron finalmente al destinatario? Si bien porque se perdieron en un barco, en una mula, o porque nunca se dio el paso firme del remitente hacia la empresa de mensajería, al esclavo, al corral del ave mensajera o hasta la computadora.

Tal vez leas mi carta… Le he agarrado pereza a los boleros, esos son taladros, ya no pongo nada de eso… Hoy mientras hacia mercado por los parlantes pusieron en la voz de Sole Gimenez esta tarde vi llover… Yo no sé si me extrañas o me engañas, solo sé que vi llover, vi gente correr y no estabas tú, juro que si hubiese estado lloviendo en ese momento te hubiese escrito eso en un msj, pero hoy ha hecho sol…

Aun me esta costando levantarme los domingos a hacer el desayuno, ya cuando ando al límite de tiempo para salir a correr a la ciclovía hago lo de siempre, unos Kellog’s con leche, pero le he agregado al menú un sanduchito, resulta que ahora si hago mercado, y camino entre las filas de cosas del supermercado y me siento entre anciano y evolucionado, esas cosas raras que me dan a mi por pensar.

Tal vez leas la carta y sientas que no te la estoy enviando, porque quizás no esperas que la envíe a ti, pero eso es un problema que está solo suscrito a ti, a tu decisión, por mucho tiempo no has querido ver las cosas y te das la espalda, y esta es otra oportunidad que tienes para hacerlo.

He olvidado un poco la vida que tenia al lado de Odín, son ya 6 meses. Desde ese entonces me ha dejado devastado el corazón con su ausencia, pero uno se va acostumbrando y va olvidando, y así nos pasa con el tiempo con absolutamente todo lo que alguna vez quisimos y ya no está…